El siglo XVIII

 

 

Introducción general

 

El siglo XVIII fue un período secular relativamente pacífico y próspero, hasta la última década, cuando las tropas revolucionarias francesas invadieron el país, destruyendo el viejo sistema político.

Durante el siglo XVIII, grandes avances se consiguieron en el mejoramiento de tierras. Nuevas industrias se desarrollaron, particularmente las industrias textil y relojera.

En todo el país se fundaron sociedades patrióticas. Intelectuales suizos debatían con sus homólogos europeos sobre las nuevas ideas científicas y filosóficas de la Ilustración. Al mismo tiempo, promovían la conciencia nacional suiza, superando los cohibidos límites cantonales.

Las nuevas elites industriales e intelectuales desafiaban las cerradas oligarquías.

La centuria terminó en desórdenes por toda Europa después de la Revolución Francesa y las guerras napoleónicas que desequilibraron el sistema monárquico europeo.

Tropas francesas invadieron Suiza en 1798, quebraron el poder de las elites dirigentes, y hundieron por un tiempo el sistema cantonal, reemplazándolo con la República Helvética centralizada.

Por primera vez en su historia, los suizos se vieron obligados a abandonar la neutralidad y proveer tropas para Francia.

 

Auge económico

El desarrollo económico y social en el siglo XVIII produjo beneficios para algunos sectores de la sociedad, mientras que para otros no produjo sino desventajas.

La agricultura se convirtió en una actividad ya más comercial, dirigida según criterios económico-racionales. Los labradores pobres se encontraron en un aprieto cuando la tierra fue repartida paulatinamente. Los campesinos sin tierra se vieron forzados a ganarse la vida con otro tipo de actividad. 

Muchos habitantes del campo dependían cada vez más de la «industria casera», sobre todo en las industrias textil y relojera. Empresarios proporcionaban las herramientas y la materia prima, y los trabajadores realizaban el trabajo en sus propias casas, casi no había fábricas. 

En las postrimerías del siglo XVIII, Suiza era el país más industrializado en el Continente. 

Suiza asumió un papel activo en el sistema económico europeo. Los grandes beneficiarios eran los banqueros, que fomentaron el comercio en ultramar, y la industria textil, cuya producción formaba parte del llamado «comercio triangular». El algodón fabricado e impreso en Suiza se trocaba por esclavos africanos, que se vendían luego en América, donde producían a su vez productos que se volvían a vender en Europa.

«La industria se muestra allí [en el Jurá] de su lado más favorable. No es la industria en masa centralizada en una fábrica que enriquece a nadie más sino al empleador; muy al contrario, es una industria en la que se trabaja individualmente, cada uno en su propia morada y para su propia ventaja... El lujo, sin embargo, es su estímulo más importante, pero es el lujo que otra gente reclama. Los relojes, las ruedas y las puntillas son las actividades más generales que siguen manteniendo ocupados a trabajadores de ambos sexos.»

Thomas Langton, carta del 12 de septiembre de 1816

 

Sistemas oligárquicos desafiados

A lo largo del siglo XVIII, se dejó sentir por toda Suiza la influencia opresiva que ejercía una pequeña pero poderosa clase dirigente que se vio desafiada por nuevos grupos sociales que querían hacerse escuchar. Los oligarcas pusieron freno a cualquier tentativa desde abajo que amenazaba con apartarlos del poder.

 

El movimiento independentista vaudense

El rebelde independentista más conocido fue probablemente el comandante Davel (1670-1723), un abogado y antiguo oficial militar. En 1723, presentó un manifiesto al gobierno de Lausana, exigiendo un término a la dominación bernesa. Quería que el País de Vaud se establecería como decimocuarto cantón suizo.

 

Su rebeldía le costó la vida, fue arrestado y ejecutado. El caso Davel no tuvo un impacto muy fuerte entonces: tuvieron que transcurrir más de cien años, antes que los compaisanos de Davel vieran en él un héroe patrio.

 

 

La Revolución Francesa

La Revolución Francesa y las guerras napoleónicas cambiaron la faz de Europa. La invasión napoleónica de Suiza fue un acontecimiento de gran trascendencia en la historia del país porque volcó prácticamente el sistema político suizo.

Francia y la Confederación Suiza habían mantenido durante casi tres siglos una estrecha relación. A lo largo de este período, los cantones suizos proveían a los reyes franceses con mercenarios patrios.

Muchos mercenarios de la Guardia Suiza real fueron masacrados en la Plaza de las Tullerías en agosto de 1792, cuando intentaron impedir que la multitud se apoderara de la familia real. La masacre provocó horror y desmayo en Suiza; los guardias fueron honrados con una estatua en Lucerna.

Pero además de los militares había muchos civiles suizos activos en Francia. París, como centro cultural, atrajo a muchos suizos de todos los sectores de la sociedad, que se dejaron influenciar por las ideas revolucionarias.

El suizo más célebre que participó activamente en la Revolución fue Jean-Paul Marat, natural de Neucastel, que había vivido en París desde el año 1777. Fue el fundador del periódico radical «L'Ami du Peuple» (Amigo del Pueblo), y era miembro del Convento Nacional Francés que votó por la ejecución del rey. Lo mataron en su bañera en 1793.

 

 

Suiza y Napoleón

Una vez incorporada en la esfera de influencia de la Francia napoleónica, Suiza se vio entrometida en las guerras que rugían por toda Europa y que durarían otros 16 años más. En 1799 se convirtió sin quererlo en un campo de batalla cuando austríacos y rusos intentaron en vano arremeter los franceses. La presencia de las grandes compañías extranjeras en el territorio patrio agotó al país.

Cuando el parlamento se desgarró con el choque entre federalistas y centralistas, la República Helvética empezó a mostrar sus defectos. El país se vio de repente implicado en una guerra civil, lo que provocó la intervención de Napoleón como «mediador de la República Helvética».

En marzo de 1803, Napoleón consiguió las paces entre ambas partes con el establecimiento del Acta de Mediación, que conservó muy poco de la primitiva república unitaria. El acta restauró el antiguo sistema cantonal, pero mejoró al mismo tiempo el estatus de los antiguos territorios sujetos que se vieron equiparados con los cantones con pleno estatus jurídico.

Al final se formaron seis nuevos cantones: fue el primer cambio sustancial en la composición federal de Suiza desde el año 1513. Los nuevos miembros eran Argovia, los Grisones, San Gall, Turgovia, el Tesino y el País de Vaud.

La nueva constitución reconoció implícitamente la neutralidad de Suiza, aunque se mantuvo la obligación militar de prestar soldados y tropas al ejército del Imperio francés. Esta obligación fue muy mal vista por los suizos. Pero el número de soldados reclutados descendió con el paso del tiempo: de 18.000 al principio decayó a 12.000. Muchos suizos murieron luchando para Francia.

El éxito galo-suizo más conocido es la victoria en la batalla esgrimida en los alrededores del río Berezina durante la retirada napoleónica de Moscú, poco después de la malograda campaña rusa de Napoleón en 1812.

A lo largo de un día entero, cerca de 1.300 soldados suizos mantuvieron a distancia a unos 40.000 efectivos rusos, posibilitando con ello el despliegue del ya reducido ejército francés, que consiguió cruzar el río con la ayuda de pontones. Las pérdidas humanas en las filas suizas fueron enormes: sólo unos 300 soldados sobrevivieron el combate; pero la casi integridad de las tropas francesas se salvó de la aniquilación completa.

«¡Sois gente muy brava! Habéis luchado como leones. Cada uno de vosotros merece la cruz de la Legión de Honor.»

Palabras del general Merle, comandante de la División suiza, dirigidas a los combatientes suizos después de la batalla de Berezina en 1812

 

División del terriorio nacional

De 1798 a 1815, el Estado suizo sufrió varias transformaciones constitucionales y territoriales, algunas veces como consecuencia de la actuación política, otras, como resultado de las guerras.

En 1798, Ginebra y Mulhouse, ciudades aliadas de Suiza, fueron anexadas por Francia. Y en 1802, el Valais fue separado de la República Helvética, manteniendo su independencia por algunos años, pero en 1810 fue incorporado nuevamente por Napoleón en el Estado francés como Departamento de Simplón. Con el Valais, Francia tenía en su posesión dos importantes pasos –el de Simplón y el del Gran San Bernardo–, por virtud de los cuales ya no necesitaban pedir a los suizos el derecho de tránsito para el despliegue de sus tropas.

Suiza también obtuvo algunas ganancias territoriales: se apoderó por ejemplo del Valle de Frick (antes de Austria) en la orilla izquierda del Rhin al este de Basilea. El valle había sido invadido por los franceses en 1799, formando más tarde (1802) parte de la República Helvética como cantón separado. Pero este arreglo político fue de corta duración. En cualquier caso, con la aprobación del Acta de Mediación, ingresó en el nuevo Cantón de Argovia, del que todavía forma parte.

Los Grisones experimentaron varios vaivenes: entre 1799 y 1800, franceses y austríacos se disputaban el control sobre el país rético. Los franceses salieron victoriosos del combate, y en 1801, Napoleón decretó su incorporación como decimosexto cantón en la República Helvética, años después de haber desmembrado sus dependencias en el sur para integrarlos en la nueva República Cisalpina (1797).