De los alamanes al sacro imperio.

 

INTRODUCCION

 

 

El período histórico que inicia con la retirada de los romanos hacia 400 y termina en torno al año 1000 recibe a veces el nombre algo polémico de «Edad Oscura» por ser una época de la Historia Universal que suele carecer de fuentes.

Los especialistas, sin embargo, suelen subdividir esa larga época. Se refieren a dos períodos distintos: la «Antigüedad Tardía» o «Temprana Edad Media» –según el punto de mira–, que comprende los siglos V-VIII y que se caracteriza principalmente por la formación de los reinos germánicos, y la «Alta Edad Media» que abarca las centurias IX a XII, y que es, en términos generales, comúnmente la denominada época de la consolidación del feudalismo.

La paulatina transformación del Antiguo Mundo con el nacimiento de la cultura de la civilización cristiana occidental también produjo sus efectos en los territorios de la Suiza actual.

La época de la Invasión bárbara con sus enormes movimientos migratorios que se desplazaban por regla general de Levante a Poniente, fue un factor decisivo en los primeros siglos de la temprana Edad Media.

En Suiza se asentaron diversas tribus de distinto origen, trayendo consigo su cultura y su lengua.

La religión cristiana, que llegó con la colonización romana, se extendió en Suiza en gran parte gracias al trabajo misionero de los primeros evangelizadores. La Iglesia con su elaborada administración episcopal-monástica, fue poco a poco integrando los pueblos en la Cristiandad, sometiéndolos a la vez a su jurisdicción parroquial.

Al mismo tiempo, los linajes nobles empezaron a apoderarse de bienes raíces mediante conquista, herencia o casamiento.

Durante un corto período, Carlomagno, rey de francos, controlaba gran parte de Occidente, atribuyéndose a sí mismo el título de Emperador de Occidente en el año 800.

Pero todavía bajo el régimen franco, no existía una idea precisa del Estado. En casi todos los ámbitos sociales, las relaciones entre los más débiles y los más poderosos se basaban en estrechos vínculos de fidelidad personal, el denominado «vasallaje». El Emperador regía por medio de una extensa red de vasallos nobles.

Durante todo el período aquí delineado en trazos generales, e incluso más tarde, el equilibrio de poderes entre reyes, príncipes e Iglesia se inclinó de un lado a otro a razón de las distintas fuerzas imperantes que pugnaban por mantener los viejos privilegios o por acaparar nuevos.

Un nuevo imperio surgió cuando en el año 962, Otón I, rey de germanos, consiguió que el Papa le concediera la corona imperial, un imperio que más tarde recibiría el nombre de Sacro Imperio Romano Germánico.

 

 

División lingüística

Ya en el período crepuscular del Imperio alemán, la pujanza de los germanos se hizo sentir en el territorio suizo. Con las repetidas invasiones de las tribus alamánicas en la Planicie central, se fue configurando un nuevo mapa lingüístico en tierras helvéticas.

Numerosos grupos de alamanes atravesaron el Rhin y empezaron a establecerse en la Suiza septentrional, donde se convirtieron enseguida en grupo mayoritario suprimiendo con el tiempo los idiomas autóctonos.

Por otro lado, los burgundios, después de su asentamiento en tierras saboyanas y la subyugación del pueblo local, adoptaron la lengua de sus súbditos de estirpe galo-romana. En aquel período transitorio, el dialecto céltico original ya había cedido el paso a las distintas modalidades del latín vulgar que iban a convertirse con el tiempo en los distintos dialectos del patois (un habla popular francoprovenzal) de la Suiza latina, que hoy día ya está prácticamente suprimido por el francés moderno.

Otras regiones –Recia, un territorio situado en el extremo sureste que no fue conquistado por los alamanes, y el Tesino, área situada en el radio de influencia de los longobardos– también lograron conservar sus dialectos romances, que se fueron convirtiendo con el tiempo en los idiomas románicos actualmente hablados en la zona: el romanche y el italiano.

 

 

 

 

 

Los francos

A partir del siglo VI, los francos, un pueblo germano, se fue abriendo paso poco a poco hacia el este, absorbiendo primero a los burgundios y después a los alamanes y a los longobardos.

Las dinastías sucesivas de los francos –primero los merovingios, después los carolingios– presidieron un largo período de paz que culminó en el imperio de Carlomagno (742-814) cuyo apellido fue el que dio el nombre a la postrera de las dinastías francas.

No obstante, el Imperio de Carlomagno sufrió diversas divisiones en varias ocasiones durante el siglo IX tras el fallecimiento de su hijo Luis.

Hacia 917, las zonas orientales e interiores de la actual Suiza formaban parte del Ducado de Suabia, y la parte occidental pertenecía al reino de Borgoña.

Los territorios no se unieron bajo un régimen uniforme hasta 1032, cuando cayeron en posesión del emperador alemán.

 

Invasiones bárbaras

A partir del siglo VI empezaron a establecerse los francos en territorio helvético. Suiza formaba parte de los imperios merovingios y carolingios.

Las familias dinásticas locales se combatían para ganar más influencia en sus respectivos ámbitos de poder. El territorio en su conjunto era por ese motivo muy a menudo víctima de las incursiones de la nobleza y de potencias extranjeras.

 

Los sarracenos

Durante el período confuso de los siglos IX a X, algunas regiones en Suiza estaban bajo amenazas de colonos musulmanes: los sarracenos. Su origen preciso e intención inicial sigue siendo un misterio, pero es cierto que se desplazaron de su base provenzal, en el Mediodía de Francia, hacia la Italia septentrional, apoderándose de los pasos alpinos occidentales. En el este, alcanzaron Coira y llegaron casi hasta San Gall y Rheinau, antes de replegarse hacia oeste.

Los sarracenos fueron arrojados por ejércitos francos. Uno de los líderes cristianos que alrededor del año 972 logró echarlos del área del Gran San Bernardo –entonces conocido con el nombre de Monte Jovis– fue Bernardo de Menthon que más tarde fundó allí un hospicio, bautizando el paso alpino con su nombre (de ahí surgió también la designación de una raza de perros salvavidas que se amaestraron en un hostal de la zona).

Los húngaros

Otra amenaza partió –más o menos en las mismas fechas– por el avance de los húngaros. Procediendo del Asia central, alcanzaron la cuenca del Danubio a finales del siglo IX y seguían en dirección occidental. En sus allanamientos hostiles en Occidente destruyeron Basilea (917) y quemaron los monasterios de San Gall y Rheinau. Sus incursiones desoladoras en territorios helvéticos sólo llegaron a un fin cuando el rey Otto I los derrotó aplastantemente en 955.

 

Llegada del cristianismo

La religión cristiana fue introducida en Suiza por primera vez por un soldado romano. Su primera aparición atestiguada es de finales del siglo IV.

En 381, el cristianismo fue declarado única religión aceptada por el Imperio romano. Las primeras iglesias se construyeron en las plazas fuertes, y las primeras sedes episcopales se erigieron en los centros administrativos.

La Suiza occidental permaneció cristiana incluso bajo la dominación burgundia, pero los alamanes en el norte del país seguían siendo paganos hasta comienzos del siglo VII. Fueron convertidos por San Galo, que acompañó al célebre fraile irlandés, Columban, primero a Zúrich y luego al Lago de Constanza.
 

Mientras Columban continuó su viaje a tierras itálicas, Galo quedó en la Suiza nororiental con algunos de sus más fieles correligionarios. Monasterios brotaban literalmente de la tierra, constituyendo, con el correr del tiempo, unos centros importantes de la enseñanza y de la cultura cristianas.

Tanto obispados como abadías ampliaron notablemente sus posesiones terrenales. Los conventos jugaban un rol importante en el desbrozo y la puebla de la tierra, ganando con ello siempre más espacio arable para el cultivo.

El papel de la Iglesia se hizo siempre más político. Los reyes germanos, al intentar reforzar su autoridad a expensas de la nobleza local, empezaban a hacer numerosas donaciones de tierras a la Iglesia con tal de ganar fieles partidarios. Muchos prelados tenían un poder temporal similar al que ejercían sus homólogos seglares en sus territorios señoriales.

Monasterios se construían en áreas estratégicas para asegurar las vías vitales sobre todo a través de los pasos en los Alpes.

 

 

 

 

 

El pueblo llano

Una mayoría abrumadora de la población estaba integrada por campesinos que labraban la tierra de su señor feudal. Algunos entre ellos eran siervos, eran por tanto propiedad personal del dueño solariego y trabajaban su tierra por obligación feudal. Muchos otros sin embargo, eran arrendadores libres que tributaban una parte de su cosecha anual como renta en especie.

En algunos casos, los labradores o colonos que estaban preparados para despojar nueva tierra y ganarla para el cultivo, recibían a tal efecto un título del señor.

Un grupo importante que colonizó tierras vírgenes en Suiza fueron los Valser, gente de habla germánica que emigró, entre los siglos XII y XIII, del Alto Valais hacia el este y hacia el sur, al País de los Grisones o a la Italia del norte.
 

A cambio de su asentamiento y control de los valles y pasos alpinos recibieron muchos privilegios. Sus descendientes forman todavía hoy una comunidad identificable.

En términos generales se puede afirmar que la sucesión al trono de un nuevo titular o su usurpación por un nuevo señor podían cambiar dramáticamente las condiciones generales de los súbditos.

 

Bajo las alas del águila imperial

El Emperador Conrado II, que reunió los territorios suizos en el dominio imperial en 1032, era el señor supremo de extensos territorios en la Europa occidental y central. 

Pero en el imperio existían otros magnates que gobernaban sus propios terruños: podían ser miembros de una poderosa familia aristocrática, terratenientes plebeyos o señores eclesiásticos como abades u obispos.

Estos príncipes territoriales (laicos o eclesiásticos) no poseían derechos y privilegios idénticos; por eso había mucha rivalidad entre ellos. Muchos derechos fueron concedidos por el emperador a título personal y, más tarde, también a comunidades y corporaciones. 

Algunas concesiones y privilegios eran una fuente de riqueza para sus titulares: como por ejemplo el derecho de acuñar moneda, de recaudar derechos de aduana o de celebrar mercados y ferias. Otros titulares se ocupaban simplemente de la administración de justicia a distintos niveles.

 

 

 

El emperador y las familias dinásticas

El Estado entendido como posesión personal del príncipe constituía la base del pensamiento político de la Edad Media. El Imperio occidental de Carlomagno fue dividido entre sus herederos al trono. El Imperio otono, sin embargo, no se dividió: sus sucesores imperiales fueron electos por los príncipes alemanes, si bien la participación como candidato en la elección imperial estaba restringida a un cupo muy reducido de dignatarios.

En tiempos de debilidad del poder imperial, las familias poderosas podían actuar con más autonomía. En territorios suizos, estos vacíos de poder fueron aprovechados por algunos linajes como los condes de Zaringia (
Zähringen en alemán; fueron fundadores de las ciudades Berna y Friburgo), Saboya, Kyburgo y Habsburgo.

El Emperador poseía dos recursos de poder:
1) Su poder personal venía de sus posesiones y herencias familiares.
2) La autoridad soberana era un atributo de su poder temporal como teniente del título de emperador electo del Imperio.

Este dualismo llegó a ser muy significativo para los suizos cuando la dinastía de los Habsburgo empezó a «apoderarse» del título imperial alemán.

Los Habsburgo eran terratenientes soberanos de vastos territorios de la actual Suiza. Tenían un vivo interés por poner freno a las reivindicaciones de libertad por parte de las comunidades locales. Pero al mismo tiempo, el propio emperador era el garante de esas «libertades» y franquezas de sus súbditos, no sólo en Suiza sino en todo el Imperio germano.

 

 

 

Surgimiento de las ciudades y del comercio

El siglo XI fue testigo de cambios fundamentales en el sector económico que contribuyeron decisivamente al desenvolvimiento de la posterior Confederación, con efectos importantes y de largo alcance para la Historia Suiza.

La producción agrícola aumentó, probablemente como resultado de condiciones climáticas más favorables y de un desarrollo notable de los métodos de cultivo. La prosperidad económica produjo un crecimiento notable de la población, pero la tierra no estaba en condiciones para alimentar a más gente de la que la labraba.

Con el crecimiento demográfico, mucha gente no necesitaba dedicarse ya más al cultivo y empezaron a ser menestrales, comerciantes y artesanos. Para abastecer la comunidad agraria con productos artesanales era preciso congregarse en una plaza, por eso se empezaban a establecer mercados y ferias, los gérmenes de los nacientes centros urbanos.

No es de sorprender, pues, que el resurgimiento de la vida urbana tuviera lugar en los siglos XII y XIII.

Un acontecimiento clave en Suiza fue la apertura del paso del San Gotardo hacia 1220. La importancia de los pasos como nudos aglutinadores del tránsito de mercancías, transformó las áreas situadas en la cara septentrional de los Alpes –los cantones Uri y Schwyz– en territorios de gran interés ya que su posesión permitía el control de la comunicación transalpina que era muy lucrativa por lo que devengaba su peaje.

 

 

 

Libertad imperial

Con tal de no perder los territorios importantes en la Suiza interior, el emperador otorgó a ambas comarcas, las comunidades de Uri y de Schwyz, la «libertad imperial», lo cual significaba que no admitían a señor alguno que no fuera el emperador; gozaban por tanto de la condición de «inmediación imperial» (Reichsunmittelbarkeit).

Esa «libertad» o «inmediación imperial» supuso en aquel entonces lo más alto a lo que podían aspirar las comunidades locales ya que les brindaba la facultad de autogobierno.

El desarrollo modelo era similar en casi todas las partes del Imperio alemán; en aquella época había muchas ciudades que adquirieron el estatus de «ciudad imperial» (
Reichsstadt).

En esta trayectoria global de concesiones imperiales, Suiza era una excepción, ya que aquí –a diferencia del resto del Imperio– se otorgaban estas libertades incluso a comunidades rurales, integradas por un campesinado que había colonizado y poblado los remotos valles montañosos, es decir, terrenos poco fértiles y generalmente de difícil acceso.

El resultado de estas concesiones imperiales fue que esas comunidades lograron mantener su autodeterminación y su relativa independencia respecto al Imperio durante muchísimo tiempo.