Helvetitud.

  «Helvetitud» - ¿Qué significa ser suizo?

En Suiza hay cuatro lenguas nacionales, pero sólo el romanche es un idioma autóctono. En la parte occidental del país se habla francés. La Suiza francófona está estrechamente vinculada con la cultura y la literatura francesas. Las relaciones con el Hexágono son muy profundas. Algunos cantones francófonos, como Ginebra por ejemplo, están aún más ligados a Francia que al resto del país.

La misma cosa ocurre en el Tesino, el cantón de habla italiana. Evidentemente, sus habitantes prefieren leer los periódicos italianos y favorecen los programas de la televisión italiana antes que los periódicos y las emisiones de la Suiza germano-hablante.

La lengua es, desde luego, el medio que mejor se presta para el intercambio cultural. Este plurilingüismo es una de las características más reveladoras del país. A diferencia de las grandes naciones culturales como Francia o Alemania, Suiza es ante todo una nación política, no cultural.

Las áreas lingüísticas no sólo se distinguen por el idioma, sino también por diferentes tradiciones y costumbres. La Confederación nunca ha sido un país uniforme. Los cantones siempre poseían la plena soberanía en su dominio. Sin embargo, algunos territorios dependían de otros. Hasta finales del siglo XVIII algunos cantones, como Vaud o Argovia, estuvieron bajo el patrocinio de otros, más poderosos.

Sólo después de la intervención napoleónica en 1798, cuando las tropas revolucionarias alteraron de forma radical la situación política en todo el continente, los subcantones pudieron independizarse y adquirir los mismos derechos y privilegios que los demás (1803). De modo que ahora, doscientos años más tarde, la fundación de la República Helvética, que sustituyó la antigua Confederación, no se conmemora en todos los cantones.

Suiza - una nación-voluntad

A veces los suizos tienen dificultad en describir los rasgos que los unen con sus compatriotas de las otras regiones lingüísticas. En este contexto, los suizos suelen invocar el mito de la «nación-voluntad» (término acuñado por Renan), al afirmar que el Estado suizo es el producto de un pacto perpetuo de la comunidad política.

Este mito es el credo político de los suizos y expresa la razón de ser de este país. En otras palabras, la nación suiza es, a diferencia de otras naciones europeas, las llamadas «naciones-Estado», un país que ha sido formado por la propia voluntad de sus habitantes, o sea, desde abajo y no impuesto desde arriba; una voluntad no étnica de la comunidad política pluricultural. Esa «comunidad de voluntad» exprime, además, la voluntad o el deber cívico de cada uno de los conciudadanos de ser y permanecer independientes, soberanos y libres con respecto al mundo exterior.

¿Mentalidad de montaña y de erizo?

Las montañas no son solamente el símbolo inequívoco de Suiza, también han influido en la mentalidad de los suizos.

Durante muchos siglos las montañas han servido como muro protector contra intrusos ajenos. En la Edad Media, los Alpes protegieron las pequeñas comunidades juramentadas en el interior del país de diversos poderes y opresores ajenos, como los Habsburgo o los Borgoñones. Esa amenaza permanente fue causa y motivo para el establecimiento y la posterior consolidación del sistema de alianzas entre las comunidades alpinas.

A muchos suizos la fuerza de resistencia y el espíritu de libertad de sus ancestros sirve, todavía hoy, como modelo edificante. Muchos suizos se identifican con el pasado glorioso de la Confederación, cuyos fundadores constituyen para ellos el orgullo de la nación. La impecable voluntad de resistencia de los antiguos suizos ha marcado profundamente la mentalidad del pueblo. Pero el espíritu de resistencia no sólo es una característica típica de los suizos, es más: en los últimos dos siglos ha alcanzado el grado de un mito nacional.

La trascendencia de la resistencia nacional ha incluso inspirado la creación de la «táctica del reducto» en la Segunda Guerra Mundial, una estrategia defensiva que el Estado Mayor del ejército helveta había elaborado para bloquear una posible invasión por las tropas del Tercer Reich. Se trataba de una estrategia de guerrilla que tenía prevista la retirada parcial del ejército a los refugios y búnkeres en las zonas alpinas en el interior del país, reorganizando desde allí la resistencia y el combate al amparo de las montañas.

Durante mucho tiempo, los suizos se consideraban como un «caso particular», creían que la historia de su nación no tenía mucho en común con la de otras naciones. El término alemán «Sonderfall» es la designación exacta para esta ideología de aislamiento.

Todavía hay muchos suizos que defienden esa idea o mentalidad de encerrarse y apartarse de otras naciones. Pero el debate público actual, dirigido sobre todo por los intelectuales de izquierda y los defensores del libre comercio, reprende esta actitud conservadora de los aislacionistas. Se les reprocha de perseverar en esa «mentalidad erizo» que, según sus oponentes, ya no tiene ningún fundamento justificable. En un mundo que está afrontando la globalización ya no hay espacio para estas doctrinas anticuadas.

 

En busca del término medio

 

En un pasado remoto los largos y duros inviernos obligaban a los pobladores de antaño a tomar precauciones y prevenciones para resistir los serios aprietos que la temporada fría trae consigo. El campo de cultivo no era muy espléndido, había que cultivarlo continuamente con diligencia. El abandono podía causar daños irreparables. Ni siquiera el suelo ofrecía riquezas naturales. En los valles los lugares idóneos para el asentamiento eran muy escasos.

Todas estas contrariedades contribuyeron largamente a que el comportamiento de los habitantes fuera moderado y ahorrador con los propios recursos. La comunicación entre los pueblos se dificultaba por razones geográficas. Tanto así, que la estructura montañosa del país impedía muchas veces el intercambio de bienes y personas. De ahí que muchos pueblos permanecieran aislados.

Hoy en día, desde luego, el hombre no es tan dependiente del clima o de la topografía como lo eran las generaciones de antaño. Las montañas ya no son obstáculos. Pero las capacidades y virtudes que los ancestros han elaborado durante siglos siguen inspirando a gran parte de la población de este país. También la ambición y la aplicación son facultades que siguen siendo válidas para muchos suizos.

Es más probable que una pareja suiza inculque a sus hijos que sean personas cumplidoras y trabajadoras antes que brillantes u originarias. En Suiza no se aprecian tanto a las personas excéntricas con ideas extravagantes. Los suizos son más bien gente modesta, razonable, que busca el compromiso y la concordia con sus conciudadanos; es gente diplomática que evita el enfrentamiento en busca de una posición intermedia entre los polos extremos, usando un término medio.

 

La bandera nacional

Con anterioridad al siglo XIX, Suiza no poseía su propia bandera nacional. En el campo de batalla, los suizos solían llevar la bandera de su cantón natal. Sin embargo, desde la Batalla de Laupen en 1339, llevaban una cruz blanca en los vestidos como seña de identidad.

Durante el período de la República Helvética (1798-1803), Napoleón prohibió a los suizos llevar una cruz, obligándolos a llevar una bandera tricolor (verde, rojo y amarillo). Cuando la República Helvética se disolvió en 1803, los suizos volvieron a su cruz blanca que solían colocar encima de sus banderas cantonales.

En 1815, después de la caída de Napoleón, las tropas suizas llevaban un brazal rojo con una cruz blanca truncada. En los años sucesivos se introdujo poco a poco el uso de una bandera federal extraoficial. Esta bandera se utilizó sólo una vez en una guerra, en la guerra civil suiza (Sonderbund) de 1847. La guerra entre los defensores de los valores tradicionales y de la autonomía comunal por una parte y los modernistas y defensores de la centralización del Estado por otra. Con la victoria del partido liberal, la bandera suiza vino a ser un símbolo nacional oficioso.

Particularidades de la bandera

Al incorporarse Suiza en Naciones Unidas en el 2002, los secretarios de actas de la ONU tuvieron que resolver un problema inusual: la bandera suiza es cuadrada, pero las reglas de la ONU prescriben que las banderas del cuartel general deben ser oblongas. Afortunadamente para Suiza, esta regla fue invalidada por otra que permite enarbolar toda bandera cuya superficie no exceda la de las banderas regulares.

La bandera nacional heredó su forma de las banderas cantonales que también eran cuadradas. La única bandera cuadrada del mundo, además de la suiza, es la del Vaticano que es probablemente una imitación del estandarte oficial de la Guardia Suiza del Papado.

La forma de la bandera suiza no está prescrita por ley. Sin embargo, el tono del rojo del fondo sí está estandarizado desde el 1 de enero de 2007. El rojo corresponde al número 485 de Pantone y consiste de una mezcla en cien por cien de los colores Magenta y Yellow. La forma exacta de la cruz tiene sus medidas prescritas. Según un decreto de 1889, los brazos de la cruz tienen que tener la misma longitud y son un sexto más largos que anchos.

 

Suiza y su himno nacional

Con la «invención» de la nación (Eric J. Hobsbawm) en virtud de la Revolución Francesa y el despertar simultáneo de los nacionalismos en el Romanticismo, muchas naciones contentaron la necesidad política de una representación simbólica del Estado. De ahí las insignias nacionales como la bandera, el escudo o el himno. En muchos países se componían nuevas canciones o se «actualizaron» los textos de viejos cantares populares para la creación de un himno nacional.

A veces esa necesidad de una representación acústica de la nación podía ser muy urgente como fue el caso con Costa Rica. Sólo a tres días de una visita diplomática, el gobierno costarricense se enteró de que necesitaba un himno nacional para satisfacer las exigencias de los actos ceremoniosos requeridos para tales citas oficiales. A toda prisa se encargó a un joven compositor para que escribiera un himno lo antes posible. Al final, la composición del himno nacional fue terminada a tiempo y la visita importante fue recibida con la debida formalidad diplomática. Hoy, aquel himno «exprés» sigue siendo el himno oficial de la República de Costa Rica.

El salmo suizo 

A Suiza le costó muchísimo más tiempo; desde la composición del himno actual hasta su proclamación definitiva en 1981 pasaron 140 años. El himno actual (salmo suizo) fue estrenado ya en 1843. A partir de ahí, el salmo nacional se interpretó en distintas fiestas patrióticas en todo el país, adquiriendo siempre más fama y popularidad. Durante seis décadas de 1894 a 1953, muchos parlamentarios intentaron convencer al gobierno para que éste tomara la decisión de declarar el salmo suizo como himno oficial del país.

Pero el gobierno siempre se resistió a estas mociones porque creía que el salmo no tenía la suficiente aceptación en la población. El gobierno estaba convencido de que el pueblo suizo ya se decidiría de por sí mediante la apropiación del salmo que más favoreciese.

Durante todo este período, el salmo provisional suizo tenía la misma melodía que el del Reino Unido, sólo el texto era distinto. El canto representativo llevaba el título «Nos llamas, querida patria», su contenido era bastante grosero y sangriento. El aumento de los contactos bilaterales e internacionales en el siglo XX causó no pocas situaciones embarazosas cuando se dió la ocasión de que se tocaran ambos himnos, el suizo y el británico.

Esos inconvenientes empujaron al Consejo Federal en 1961 a proclamar un nuevo himno oficial que era precisamente el Schweizerpsalm, el cuál se consideraba aún como solución provisional porque su composición y texto no convencían del todo a la gente. Por esta razón se inició en 1979 un concurso de composiciones. La canción ganadora iba a ser el nuevo himno nacional, pero ninguna de las composiciones propuestas supo convencer. A falta de alternativas válidas, el gobierno comunicó el 1º de abril de 1981 la proclama definitiva del «salmo suizo» como himno oficial de la Confederación Helvética.

En busca de un himno alternativo

Pero en los debates públicos siguieron latiendo las viejas controversias respecto al himno nacional. Los que se oponían a la decisión del gobierno intentaron presentar una alternativa. No obstante, todas las tentativas fracasaron. Ninguna de las canciones propuestas supo convencer al gobierno.

El iniciador de una tentativa seria fue un tal Christian D. Jakob, cuyo talento musical y cuyos conocimientos de la historia e identidad suizas le ayudaron seguramente en el intento de realizar esa tarea ambiciosa. Jakob hizo tanto la composición melódica del himno como la redacción del texto alemán, cuyo contenido incluía algunos aspectos de la antigua Carta de Confederación de 1291. El texto fue traducido a las demás lenguas nacionales, primero al retorromanche, después al italiano y por último al francés.

En 1994, Jakobs creó con algunos de sus socios la fundación «Pro CH-98» cuyo objetivo era la presentación de un nuevo himno para el año 1998, año del 150º aniversario del Estado federal suizo. El proyecto se realizó finalmente en octubre de dicho año. Al público suizo le gustó la melodía porque era muy sencilla.

Sin embargo, el contenido del texto causó escándalo en la gente. La frase inicial de la primera estrofa decía (en alemán): «Mit aller Kraft will ich dem Lande nützen, vor keinen fremden Rechten je gebeugt» (Con todas mis fuerzas te quiero servir, jamás yugo ajeno dejarte oprimir). Sobre todo la formulación «yugo ajeno» fue lo que incitó a la disputa pública.

En vista de la política de apertura hacia Europa, que el Gobierno suizo estaba y sigue apoyando de manera más o menos franca, el aceptar y propugnar un himno de este corte, con una formulación tan torpe, hubiera sido sin duda alguna toda una provocación para la Unión Europea, con la que Suiza estaba negociando un convenio bilateral en aquel entonces.

Para promocionar el himno, la fundación Pro CH-98 fabricó una serie de discos y relojes sonoros. Pero sólo un año después del estreno del himno competidor la fundación tuvo que declararse en quiebra por no haber conseguido suficiente resonancia pública.