El siglo XVII

 

Introducción

En el transcurso del siglo XVII, se alcanzaron tres hitos ulteriores en el desarrollo de la Suiza moderna. Todos ellos resultaron de la guerra de los Treinta Años (1618-1648), que devastó vastas franjas de Europa, particularmente Alemania. Pero los confederados lograron quedar al margen de los sucesos bélicos gracias a su actitud neutra.

En primer lugar, la guerra religiosa enseñó a los confederados que –a pesar de sus profundas diferencias confesionales internas– era mejor permanecer unidos para defender sus intereses y esquivar las arduas secuelas de la guerra europea. 

En segundo lugar, los suizos se empeñaron en formalizar cada vez más la importante política de la neutralidad armada a fin de impedir las incursiones fronterizas de los ejércitos en guerra. 

En tercer lugar, como consecuencia de la guerra, se concluyó el importantísimo Tratado de Westfalia que reconoció formalmente la independencia y neutralidad de la Confederación Suiza respecto al Sacro Imperio Romano-Germánico.

Pero a pesar de este tratado, Suiza no se convirtió en un país pacífico, exento de conflictos armados. De las tensiones sociales y religiosas subyacentes en el país, resultaron los primeros chispazos belicosos en el segundo cincuentavo del Siglo de las Crisis.

 

Guerra de los Treinta Años

La guerra de los Treinta Años no fue sólo un enfrentamiento religioso sino también un conflicto político-territorial de alcance europeo. Las alianzas cambiaron, pero dicho a grandes rasgos, los más importantes contrincantes eran, por un lado, el Sacro Imperio y sus aliados católicos, y por otro, las grandes naciones europeas.

Hasta entrados el siglo XVII, el Imperio estuvo bajo el dominio de los Austria, que también señoreaban la Monarquía Hispánica. Francia (si bien una nación católica) era ansiosa de quebrar el poder del Imperio, por cuyo motivo se valieron de una liga con las fuerzas protestantes nórdicas.

La Confederación consiguió mantenerse alejada del conflicto gracias al complejo tejido de alianzas que varios cantones habían establecido a lo largo de la segunda mitad del Quinientos. Estas alianzas correspondían prácticamente con las fronteras confesionales. Ambas partes comprendieron que una intervención en la guerra, codo con codo con sus correligionarios, iba a descuadernar la Confederación.

Sin embargo, en dos mayores ocasiones, en 1633 y en 1638, fuerzas protestantes extranjeras violaron la neutralidad suiza, desplegando sus tropas por territorio helvético. La Dieta de la Confederación, consciente del peligro que partía de estas incursiones ilícitas, respondió con la institución de una junta militar que integraba ambas partes, miembros católicos y miembros protestantes. 

Esta junta estaba organizada de tal modo que, en caso necesario, hubiese sido capaz de reclutar un ejército ad hoc con 36.000 hombres de armas, que se destacarían para las fronteras para cortar las irrupciones de las fuerzas extranjeras. Este acuerdo militar, que por primera vez estableció una defensa a escala nacional, es conocido con el nombre de «Carta defensiva de Wil».

«En comparación con otros países, éste me pareció tan extraño como si estuviera en China o en Brasil. Allí la gente vivía en paz, los establos estaban llenos de ganado, en las granjas correteaban gallinas, gansos y patos, los caminos no ofrecían ningún peligro para los viajeros, y las posadas estaban repletas de gente que se divertía. No existía temor al enemigo, ni inquietud por los saqueos, ni miedo a perder haciendas y vidas; todos vivían seguros bajo su parra y su higuera y, en comparación con otros países germanos, con tanta alegría y ganas de vivir que aquel país era para mí un paraíso terrenal, aunque parecía ser de costumbres bastante toscas.»

 

Los Grisones durante la guerra

Los Grisones, una liga tripartita que no era miembro de la Confederación sino una comunidad asociada, sufrió mucho durante la guerra de los Treinta Años, en primer lugar por su posición geográfica, y en segundo, por su floja organización administrativa y su heterogénea situación religiosa.

Todas las potencias guerreras codiciaban de sus pasos alpinos, que eran de suma importancia estratégica al ser las únicas rutas transalpinas viables entre Austria y la Italia española –ambas, en posesión de la dinastía austriaca–. El control de los pasos podía ser determinante a la hora del despliegue de tropas de un campo de batalla a otro.

Los Grisones eran en aquel entonces una unión federada de tres regiones autónomas, las Tres Ligas, cuyo laxo entretejimiento político las hizo vulnerables a ataques foráneos.

Además de su estructura liguera, su heteróclita organización religiosa dio lugar a diversos disturbios internos, especialmente en el país sometido de la Valtelina en el sur, que era mayoritariamente católico y resentía por tanto la preponderancia de los protestantes. En la «Sacra Matanza» (Sacro Macello) de 1620, los valtelinos, secundados por las tropas españolas de Milán, masacraron a un gran número de sus compatriotas protestantes.

Este acontecimiento condujo a la intervención de las grandes potencias vecinas que desequilibrarían aún más la situación política. El caudillo local más conocido era Jorge Jenatsch (1596-1639), un pastor protestante. Gracias a la alianza que fraguó con los franceses, pudo –bajo la capitanía del duque de Rohan– arrojar a los Austrias de la Valtelina.

Pero en vista de la tentativa francesa de subyugar el territorio, Jenatsch se convirtió al catolicismo para aliarse con sus antiguos enemigos, los Habsburgo. En 1639 fue asesinado, pero el objetivo que tan ansiosamente había perseguido, la permanencia de la Valtelina en el País de los Grisones, se hizo realidad.

 

Las guerras de Villmergen

El hecho de que la Confederación consiguiera evitar una fisura irreparable a lo largo de sus confines religiosos durante la larga guerra, no significaba que sus miembros habían resuelto sus propios enfrentamientos en el interior. La división relativa al culto provocó dos guerras en menos de sesenta años.

Estas guerras son la primera y la segunda guerra de Villmergen, denominación que se debe a la localidad del mismo nombre ubicada en el actual cantón de Argovia, donde se esgrimió la batalla final en ambas guerras.

La primera guerra en 1656 resultó del –al fin y al cabo fracasado– intento de Zúrich de mejorar las condiciones de los protestantes en las áreas controladas por los católicos.

La segunda guerra en 1712 se siguió de una disputa entre la población reformadora del Toggenburgo y el monasterio católico de San Gall sobre la construcción de una carretera que enlazaba los cantones de la Suiza central con los territorios altoalemanes. Zúrich y Berna apoyaban a los de Toggenburgo y triunfaron finalmente sobre los contrarios católicos.

El subsiguiente tratado de paz alteró sustancialmente el equilibrio de poder entre los cantones católicos y los reformados; los primeros perdieron entonces su predominio sobre los últimos.

 

 

Las instituciones políticas

La Confederación Helvética era todavía en el siglo XVII un complejo de pequeños Estados soberanos, cuyos habitantes gozaban de franquicias y privilegios de muy variada índole según la organización político-administrativa del territorio en el que vivían.

La extensión territorial de los cantones era muy dispar, y el estatus social de sus habitantes muy versátil como era lógico para la sociedad estamental del Antiguo Régimen con su estructura jerárquica basada en la desigualdad. Estas premisas condicionaron también la composición de las elites de poder.

Los seis cantones rurales tenían una «asamblea comarcal» (
Landsgemeinde, alemán), en la cual todos los vecinos masculinos, es decir, todos los padres de familia que poseían casa y criados, ejercían el derecho a voz y voto. Sin embargo, no todas las comunas tenían derecho a enviar sus delegados concejales, y los altos cargos en la administración municipal se repartían generalmente entre los linajes y potentados locales.

La administración en los cantones urbanos, como Zúrich, Basilea y Escafusa, vino a ser monopolizada por los gremios, que eran sociedades cerradas y muy severas a la hora de admitir un nuevo socio. El campesinado no tenía casi nada que decir en asuntos políticos de la localidad.

Otras ciudades-cantón como Berna, Lucerna, Friburgo o Soleura, se regían por un cupo muy restringido de dignatarios patricios. El vecindario fue obligado a abandonar el proceso de toma de decisiones dentro de la comunidad, que fue llevado a cabo por un grupo de familias apoderadas en la capital cantonal. En Berna, por ejemplo, los miembros del regimiento urbano exigían que se les llamaran «Vuestras Mercedes» (
Gnädige Herren).

Los «bailíos comunes» se administraban por unos jueces o bailes designados por los cantones. Los cantones se turnaban en la asignación de los bailes (que eran normalmente oficiales cadañeros), pero como los cantones católicos tenían una mayoría firme, muchos años tenían que pasar antes que los protestantes pudieran cooptar un juez reformista. Por consiguiente, los protestantes se sintieron oprimidos, y esto produjo tensiones internas.

La situación general era ya mucho mejor en los «países sometidos» como Vaud, que era dirigido por gobernadores berneses procedentes de las familias aristocráticas que administraban la justicia con la ayuda de deputados locales.

El cuerpo político común de todos los confederados era la Dieta. Pero esta asamblea «protoparlamentaria» carecía aún de facultades obligatorias.